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lunes, 14 de febrero de 2011

DE CRISPACION A CRISALIDA, LO EFIMERO Y LO FEMENINO

Según el Pequeño Larrouse Ilustrado, crispar es irritar, exasperar; un figurativo que se origina en su otra acepción: “contraer repentina y pasajeramente los músculos de una parte del cuerpo”.



¿A qué sensación refiere la oposición con este término?



Se parece un poco a lo que solíamos sentir (sin ir demasiado lejos en el tiempo) cuando se nos decía que las ideologías habían muerto, cuando se regalaban empresas y recursos del estado, cuando los ajustes se hacían recortándonos los ingresos de a trece porcientos, cuando nos flexibilizaban, nos reprimían, deterioraban la educación, nos dejaban afuera del sistema y sobre todo, cuando indultaban y nos hablaban de reconciliación. Pero en ese tiempo no usábamos la palabra crispación, porque la crispación pensada como estado permanente encubre, si no una contradicción, por lo menos un oxímoron. Y no había contradicción ni duda ni vaivenes en nuestro modo de apretar los dientes.



No. La crispación se derrama en el mantel asociada al gobierno de Cristina y así, volcada, se extiende, se ramifica y se desgaja en cris·pasión. Deja un eco que resuena: esa mujer. Esa mujer pica y rebota de hoy a ayer y vuelve. Pica y molesta. Nadie estaba crispado ni cris-pasionado antes de que llegara ella. No había odios tan apasionados, tan amantes, tan fieles y dispuestos. El odio-pasión se yergue ante ella con sospechoso encarnizamiento.



No es casual la elección de palabra, desata pasiones. Pasiones que resuenan a las que suscitaba Eva, esa primera dama, esa primera mujer. ¿Acaso se parecen? Tal vez en algo sí, tal vez en mucho no. Son mujeres que descolocan, se des-colocan, se des-ubican, se salen del rol que les estaba asignado. Se plantan con voz de mando, asumiéndose pares, iguales, semejantes, en tanto que personas. Asumiéndose jefas, conductoras, mandatarias, en tanto que mujeres.



Y mujeres hermosas.



Para la psicología del macho una mujer debe ser accesible, especialmente si le gusta. Aquello que se le para enfrente y lo cuestiona, le pone límites, lo reta, no puede ser una mujer; es visto como un otro fálico, otro macho. Una mujer en ese rol, le plantea un dilema que atenta contra su estructura: se fusionan en un solo ser dos conceptos: macho-deseable. La psicología del macho colapsa. El cristal a través del cual ve el mundo se fisura y el mundo se convierte en un caleidoscopio aterrador, hecho de pedacitos que se reflejan, se fragmentan y le devuelven combinatorias inadmisibles.



Lo que la cris·pasión pone sobre el tapete es una realidad asimilable sólo tras la operación de transmutarla a crispación.



La crispación, puesta a la mesa como un salero indispensable, con su carácter efímero intrínseco, no es casual; deja vibrando en el aire el anuncio de un fin inminente. La crispación puesta a la mesa por quienes han sido históricamente los detentores del poder, suena, casi, a amenaza.



Crispación, entonces, podría resonar a ese dolor, bronca, impotencia, que solíamos sentir, pero es otra cosa. Se parece más al fruncimiento de ceño de un patriarca, sentado a la cabecera de la mesa en la que los comensales nos estamos portando mal.



Pero la cris·pasión también tiene sonoridades de cri·sol, que trae luz, calidez y mixtura, y con ellas convivencia; tiene reminiscencias de crisálida, que invoca, necesariamente, transformación y futuro. ¡Y vaya si están cambiando las cosas! De crisálida a mariposa transitamos camino hacia un mundo posible, donde lo femenino tiene un lugar. Un lugar no depreciado. Un lugar permanente, donde lo efímero no evoque otra cosa que el roce del aleteo, una caricia cíclica.











Natalia Esponda

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