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viernes, 23 de julio de 2010

LA SEMANA EN QUE SE SANCIONO EL MATRIMONIO IGUALITARIO



Por Ricardo Forster (miembro Carta Abierta Buenos Aires)



Las tribulaciones del cardenal, de Macri, de La Nación y de sus

escribas



20-07-2010 /



Ricardo Forster

Nada más saludable para el espíritu profano y secular de quien

esto escribe que leer un domingo lluvioso la editorial de La Nación y

las columnas de sus dos insignes periodistas. Nada más gratificante que

hacerlo después de una semana en la que se aprobó la Ley del Matrimonio

Civil Igualitario y en la que nuevamente el inefable Mauricio Macri vio

cómo se derrumbaban todas sus argumentaciones ante el fallo unánime de

los tres jueces de la Cámara Federal que encontraron motivos suficientes

para que se lo procese.



De la retórica inquisitorial del cardenal Bergoglio, que no pasó de ser

apenas un ejercicio bélico con balas de fogueo a la impresentable

defensa que ensayaron los principales referentes del macrismo ante el

nuevo y decisivo tropiezo de su jefe; lo que volvió a quedar en

evidencia es que la derecha está desconcertada y no sale de su asombro.

Nada parece salirle bien, nada de aquello que soñaron como realidad

efectiva a partir de las elecciones de junio de 2009 alcanza a

cumplirse. Los tiros le siguen saliendo por la culata y amenazan con

provocarle heridas irreversibles.



Por un lado, Bergoglio tendrá que remar a contracorriente para recuperar

algo de lo que perdió en esos días de furia en los que se creyó el

nuevo Torquemada de los tiempos actuales. Su carta a las monjas de las

carmelitas (toda una circunstancia que suena a naïf, que nos hace

imaginar el interior de un convento en el que las escandalizadas monjas

se encuentran con la terrible realidad demoníaca de un afuera amenazador

para su intangible castidad), oportunamente hecha circular por manos

“aviesas”, lo convirtió en el mejor enemigo de aquello que supuestamente

venía a defender. Lo mostró como lo que viene siendo en los últimos

años: el diseñador de la estrategia horadadora de una derecha a la que

le atrasa inexorablemente el reloj de la historia.



Bergoglio cometió errores de principiante, se dejó “apretar” por los más

ultramontanos entre los reaccionarios de la curia y tuvo que colocarse a

la derecha de la derecha para defender sus posiciones al interior de

una institución que cada vez más ya no sabe hacia dónde correrse cuando,

incluso, se le acaban los lugares hacia su propia derecha. Seguramente,

y aprovechando la proximidad de San Cayetano, volverán a levantarse las

voces “indignadas” ante tanta pobreza, ahora ya no pronunciadas por el

cardenal que tendrá que retirarse por un tiempo a cuarteles de invierno,

sino por el obispo de San Isidro, que pondrá su mejor cara y su voz

engolada para narrar las tremendas injusticias que se padecen en la

Argentina de Cristina Fernández.







Mientras tanto, una parte sustantiva de la sociedad hoy siente que vive

en un país un poco más justo, que contra las voces desencajadas de la

ortodoxia eclesiástica y las aberraciones discursivas de algunos

senadores impresentables, la madurez de un amplio espectro de

legisladores, fundamentalmente apoyados por el deseo de la mayoría de la

población y la incansable militancia de las organizaciones de

homosexuales, culminaron, con su voto positivo, un largo camino hacia la

definitiva ampliación de los derechos. La democracia, que no es, como

la sexualidad, algo “natural” e intocable, salió enriquecida y

fortalecida. La derecha, la que se expresó a través de Bergoglio y de

otros obispos, pero que también se mostró en los argumentos de Chiche

Duhalde o de la senadora del Opus Dei Negre de Alonso, se tuvo que

contentar escribiendo cartas indignadas que, como siempre, se publican

los domingos en La Nación.







Por una vez desconcertados los dos columnistas insignias del buque del

conservadurismo argentino, casi al unísono, salieron a expresar su

“preocupación” por la debilidad de la oposición y la semana “triunfal”

del kirchnerismo. Grondona, más mojigato que su colega de página, tuvo

que digerir la aprobación del matrimonio gay, mientras que Morales Sola,

más sensibilizado por esos temas, dejó deslizar, al modo elíptico que

nos tiene acostumbrados, su esquiva conformidad con lo votado. Su odio

compartido tiene que ver, una vez más, con comprobar que una ley

decisiva y democrática ha sido llevada adelante por sus más odiados

enemigos que hicieron suyo un proyecto que había emanado de otros

sectores políticos. Como con las AFJP y la ley de medios, los velos de

quién es quién en nuestro país volvieron a correrse y cada vez más

amplios sectores sociales empiezan a establecer relaciones entre una y

otra cosa. ¿Será por eso que, a última hora, se retiraron para no dar su

posición y no votar los Reutemann, los Rodríguez Saá y los Romero?







Sin acallarse todavía los festejos por el matrimonio civil igualitario,

nos encontramos con la decisión de la Cámara Federal que a través de sus

tres jueces (reconocidos por el propio Morales Solá como aquellos que

“no cargan con el desprestigio público de Oyarbide”) reafirmaron el

procesamiento de Mauricio Macri por el delito de asociación ilícita.

Mientras que Grondona se despacha a gusto contra Néstor Kirchner,

señalándolo como el instigador del fallo de la cámara, Morales Solá,

algo más compungido, tiene que reconocer que la situación del jefe de

Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es harto delicada.







Por supuesto que los malabarismos retóricos de ambos buscan trasladar la

responsabilidad por el espionaje y las andanzas de Macri hacia el

kirchnerismo. Sus argumentos resultan inverosímiles y, a esta altura de

los acontecimientos, ni ellos mismos los creen. Hasta la propia Lilita

Carrió, afecta a las frases apocalípticas a la hora de calificar al

Gobierno y a la Justicia, salió a decir que el fallo le parece ejemplar y

muy difícil de rebatir al estar sólidamente fundamentado. Pareciera que

la aventura del heredero rico al que el padre no quiere demasiado está

iniciando su hora crepuscular. Quizá la política le quedó demasiado

grande y el santo desde la presidencia de Boca a la intendencia lo haya

hecho sin red de contención.



En todo caso, algo se ha hecho evidente: por un lado, la derecha

eclesialconservadora ha perdido una batalla clave y buscará restañar las

profundas heridas que recibió (sería ingenuo de nuestra parte suponer

que se arrepentirá de sus acciones y que aceptará el veredicto de la

mayor parte de la sociedad). Seguirá, como hasta ahora, tejiendo la

telaraña en la que sueña con atrapar a un gobierno que sigue apostando

por profundizar medidas de cambio y de signo avanzado y progresista, de

esas que espantan a las monjas carmelitas y a los cultores de la “guerra

de Dios”).



Por otro lado, la derecha cool, la que quería mostrarse como neomoderna y

descontracturada, la que se imaginaba como la alternativa al

kirchnerismo, hoy ve de qué modo uno de sus principales candidatos va

siendo acorralado no sólo por lo actuado por una justicia independiente

sino, fundamentalmente, por sus propias carencias entramadas con una

práctica de gestión entre ineficiente, retrógrada y represiva.



El macrismo se cocina en su propio caldo en el mismo momento en la que

otra de las estrellas de la derecha restauracionista, el pequeño señor

Cobos, tal vez la más inflada de todas, contempla horrorizado cómo se

desdibuja su lugar en la preferencia de la sociedad. Mala semana para

Bergoglio, Macri y Cobos que ni siquiera pudo aprovechar que Cristina

estaba en la China para hacer de las suyas.

Pésima semana para La Nación y sus columnistas, que no pueden hacer otra

cosa que destilar su odio inconmensurable a lo abierto en mayo de 2003.

Mientras tanto, los ciudadanos que imaginamos que un país mejor, más

justo y democrático es posible concluimos una semana para celebrar.

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