Por Ricardo Forster (miembro Carta Abierta Buenos Aires)
Las tribulaciones del cardenal, de Macri, de La Nación y de sus
escribas
20-07-2010 /
Ricardo Forster
Nada más saludable para el espíritu profano y secular de quien
esto escribe que leer un domingo lluvioso la editorial de La Nación y
las columnas de sus dos insignes periodistas. Nada más gratificante que
hacerlo después de una semana en la que se aprobó la Ley del Matrimonio
Civil Igualitario y en la que nuevamente el inefable Mauricio Macri vio
cómo se derrumbaban todas sus argumentaciones ante el fallo unánime de
los tres jueces de la Cámara Federal que encontraron motivos suficientes
para que se lo procese.
De la retórica inquisitorial del cardenal Bergoglio, que no pasó de ser
apenas un ejercicio bélico con balas de fogueo a la impresentable
defensa que ensayaron los principales referentes del macrismo ante el
nuevo y decisivo tropiezo de su jefe; lo que volvió a quedar en
evidencia es que la derecha está desconcertada y no sale de su asombro.
Nada parece salirle bien, nada de aquello que soñaron como realidad
efectiva a partir de las elecciones de junio de 2009 alcanza a
cumplirse. Los tiros le siguen saliendo por la culata y amenazan con
provocarle heridas irreversibles.
Por un lado, Bergoglio tendrá que remar a contracorriente para recuperar
algo de lo que perdió en esos días de furia en los que se creyó el
nuevo Torquemada de los tiempos actuales. Su carta a las monjas de las
carmelitas (toda una circunstancia que suena a naïf, que nos hace
imaginar el interior de un convento en el que las escandalizadas monjas
se encuentran con la terrible realidad demoníaca de un afuera amenazador
para su intangible castidad), oportunamente hecha circular por manos
“aviesas”, lo convirtió en el mejor enemigo de aquello que supuestamente
venía a defender. Lo mostró como lo que viene siendo en los últimos
años: el diseñador de la estrategia horadadora de una derecha a la que
le atrasa inexorablemente el reloj de la historia.
Bergoglio cometió errores de principiante, se dejó “apretar” por los más
ultramontanos entre los reaccionarios de la curia y tuvo que colocarse a
la derecha de la derecha para defender sus posiciones al interior de
una institución que cada vez más ya no sabe hacia dónde correrse cuando,
incluso, se le acaban los lugares hacia su propia derecha. Seguramente,
y aprovechando la proximidad de San Cayetano, volverán a levantarse las
voces “indignadas” ante tanta pobreza, ahora ya no pronunciadas por el
cardenal que tendrá que retirarse por un tiempo a cuarteles de invierno,
sino por el obispo de San Isidro, que pondrá su mejor cara y su voz
engolada para narrar las tremendas injusticias que se padecen en la
Argentina de Cristina Fernández.
Mientras tanto, una parte sustantiva de la sociedad hoy siente que vive
en un país un poco más justo, que contra las voces desencajadas de la
ortodoxia eclesiástica y las aberraciones discursivas de algunos
senadores impresentables, la madurez de un amplio espectro de
legisladores, fundamentalmente apoyados por el deseo de la mayoría de la
población y la incansable militancia de las organizaciones de
homosexuales, culminaron, con su voto positivo, un largo camino hacia la
definitiva ampliación de los derechos. La democracia, que no es, como
la sexualidad, algo “natural” e intocable, salió enriquecida y
fortalecida. La derecha, la que se expresó a través de Bergoglio y de
otros obispos, pero que también se mostró en los argumentos de Chiche
Duhalde o de la senadora del Opus Dei Negre de Alonso, se tuvo que
contentar escribiendo cartas indignadas que, como siempre, se publican
los domingos en La Nación.
Por una vez desconcertados los dos columnistas insignias del buque del
conservadurismo argentino, casi al unísono, salieron a expresar su
“preocupación” por la debilidad de la oposición y la semana “triunfal”
del kirchnerismo. Grondona, más mojigato que su colega de página, tuvo
que digerir la aprobación del matrimonio gay, mientras que Morales Sola,
más sensibilizado por esos temas, dejó deslizar, al modo elíptico que
nos tiene acostumbrados, su esquiva conformidad con lo votado. Su odio
compartido tiene que ver, una vez más, con comprobar que una ley
decisiva y democrática ha sido llevada adelante por sus más odiados
enemigos que hicieron suyo un proyecto que había emanado de otros
sectores políticos. Como con las AFJP y la ley de medios, los velos de
quién es quién en nuestro país volvieron a correrse y cada vez más
amplios sectores sociales empiezan a establecer relaciones entre una y
otra cosa. ¿Será por eso que, a última hora, se retiraron para no dar su
posición y no votar los Reutemann, los Rodríguez Saá y los Romero?
Sin acallarse todavía los festejos por el matrimonio civil igualitario,
nos encontramos con la decisión de la Cámara Federal que a través de sus
tres jueces (reconocidos por el propio Morales Solá como aquellos que
“no cargan con el desprestigio público de Oyarbide”) reafirmaron el
procesamiento de Mauricio Macri por el delito de asociación ilícita.
Mientras que Grondona se despacha a gusto contra Néstor Kirchner,
señalándolo como el instigador del fallo de la cámara, Morales Solá,
algo más compungido, tiene que reconocer que la situación del jefe de
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es harto delicada.
Por supuesto que los malabarismos retóricos de ambos buscan trasladar la
responsabilidad por el espionaje y las andanzas de Macri hacia el
kirchnerismo. Sus argumentos resultan inverosímiles y, a esta altura de
los acontecimientos, ni ellos mismos los creen. Hasta la propia Lilita
Carrió, afecta a las frases apocalípticas a la hora de calificar al
Gobierno y a la Justicia, salió a decir que el fallo le parece ejemplar y
muy difícil de rebatir al estar sólidamente fundamentado. Pareciera que
la aventura del heredero rico al que el padre no quiere demasiado está
iniciando su hora crepuscular. Quizá la política le quedó demasiado
grande y el santo desde la presidencia de Boca a la intendencia lo haya
hecho sin red de contención.
En todo caso, algo se ha hecho evidente: por un lado, la derecha
eclesialconservadora ha perdido una batalla clave y buscará restañar las
profundas heridas que recibió (sería ingenuo de nuestra parte suponer
que se arrepentirá de sus acciones y que aceptará el veredicto de la
mayor parte de la sociedad). Seguirá, como hasta ahora, tejiendo la
telaraña en la que sueña con atrapar a un gobierno que sigue apostando
por profundizar medidas de cambio y de signo avanzado y progresista, de
esas que espantan a las monjas carmelitas y a los cultores de la “guerra
de Dios”).
Por otro lado, la derecha cool, la que quería mostrarse como neomoderna y
descontracturada, la que se imaginaba como la alternativa al
kirchnerismo, hoy ve de qué modo uno de sus principales candidatos va
siendo acorralado no sólo por lo actuado por una justicia independiente
sino, fundamentalmente, por sus propias carencias entramadas con una
práctica de gestión entre ineficiente, retrógrada y represiva.
El macrismo se cocina en su propio caldo en el mismo momento en la que
otra de las estrellas de la derecha restauracionista, el pequeño señor
Cobos, tal vez la más inflada de todas, contempla horrorizado cómo se
desdibuja su lugar en la preferencia de la sociedad. Mala semana para
Bergoglio, Macri y Cobos que ni siquiera pudo aprovechar que Cristina
estaba en la China para hacer de las suyas.
Pésima semana para La Nación y sus columnistas, que no pueden hacer otra
cosa que destilar su odio inconmensurable a lo abierto en mayo de 2003.
Mientras tanto, los ciudadanos que imaginamos que un país mejor, más
justo y democrático es posible concluimos una semana para celebrar.
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