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viernes, 22 de octubre de 2010

JUICIO POR CRIMENES DE LESA HUMANIDAD EN LA UNIDAD 9. DERIVACIONES

“Yo creí estar muerta, y ahora vuelvo a tener esperanzas”



Elsa Oesterheld en la inauguración de la Feria del Libro de Francfort, 2010







El miércoles 13 de octubre, mientras el mundo seguía minuto a minuto el rescate de los mineros en Chile, unos cientos de personas nos juntamos en la Ex Amia para presenciar otra clase de renacimiento: el veredicto en el juicio por crímenes de lesa humanidad en la Unidad 9.





Luego del asesinato de Silvia Suppo en Rafaela y de las amenazas sufridas por testigos aquí en La Plata , Carta Abierta estuvo siguiendo el juicio y –frente a la evidencia de una sala semivacía- promoviendo la concurrencia de estudiantes y docentes de las Facultades de la UNLP. No solo porque pensábamos que la protección de los testigos requería de un apoyo y acompañamiento social, más que policial, sino porque considerábamos que se trataba de un hecho histórico y en gran medida inédito, que, desde nuestra visión, hace a la formación cultural, cívica y política que brinda una Universidad. Semana a semana, a través de la Revista virtual de Carta, se mantuvo informadas a todas las Facultades de los avances de la causa, enviando notas periodísticas, reportes de la APDH y en ocasiones, artículos y comentarios derivados de la observación de las audiencias. Pretendimos también, a través de este mecanismo, resignificar responsablemente el uso de la tecnología, convocar a un arco más amplio de actores con capacidad de intervención y democratizar el acceso a las Instituciones. Esperamos que estas motivaciones hayan sido, sino compartidas, por lo menos comprendidas.





Todavía no nos atrevemos a imaginar la cantidad de consecuencias concretas de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Las hay visibles, de gran poder simbólico, como que las instituciones del Estado sean capaces de poner fin a la impunidad, y que los culpables resulten castigados por la Justicia y el Derecho.



En este juicio en particular se ha condenado por primera vez a personas no-militares, incluidos tres médicos del servicio penitenciario. Entendemos que esto representa una posición de avanzada (con todo lo conflictivo que puede resultar, como dan cuenta las amenazas e incidentes posteriores a la sentencia) en la concepción de la responsabilidad por hechos de la dictadura, puesto que aquí no se está juzgando a un Videla ni a un Camps sino a personas que hasta hace poco tiempo caminaban por la calle, e incluso eran estimadas por la comunidad.



La sentencia que aplica condenas desde prisión perpetua, hasta trece años para los médicos, y manda a investigar a jueces que actuaron en esa época, pone en cuestión abruptamente esa imagen social y a nosotros nos coloca en un lugar de mayor responsabilidad (que exige afinar ideas y pensamientos) para profundizar en los mecanismos de encubrimiento y colaboraciones que hicieron posible tanto horror y facilitaron la impunidad por más de treinta años. Vale un ejemplo reciente de esa complicidad: cuando hacia el final del juicio se ordenó la detención de los médicos, el diario El Día no publicó la noticia.





Hay otro tipo de consecuencias, más directas: los jueces han denunciado las condiciones inhumanas de detención de la Unidad 9 en la actualidad, donde los calabozos de aislamiento y castigo no han variado desde la época de la dictadura. Por supuesto no hacía falta efectuar un reconocimiento judicial en un juicio por crímenes por lesa humanidad para observar cosas como éstas, pero es importante que se califique esas condiciones como tortura, que se remarque la persistencia desde aquella época, que se señale la relación de conexidad con la falta de juzgamiento de ese delito y que se ordene al Estado tomar participación activa para modificar la situación.





Pero paralelamente a estas consecuencias fácilmente observables percibimos infinidad de derivaciones, pequeños movimientos, sensaciones nuevas que podrían abrir fisuras en la subjetividad de las personas y la sociedad.



¿Cuántas visiones del mundo están atadas todavía al marco de percepción que adquirimos a la fuerza en esa época de horror de nuestro país? ¿En qué medida la construcción social/mediática de la “inseguridad”, del otro como enemigo, la desconfianza hacia el Estado, la aceptación acrítica de un discurso que no indaga ni analiza, la dificultad para asumirnos como sujetos políticos, la negación a reconstruir la memoria personal y colectiva no es un tributo al miedo adquirido en aquél momento, y revivido luego con la desaparición de Julio López, que todavía permanece impune?



El juicio ha permitido, por ejemplo, armar una historia que no se encuentra en los manuales ni es narrada por la televisión. Ha sido emocionante observar la reconstrucción, con mucho esfuerzo y afecto a pesar del tiempo transcurrido, de los detalles, gestos, rasgos personales, motivaciones, que le dan volumen a la existencia de cada uno de los presos políticos, de los muertos y desaparecidos, familiares, compañeros de militancia. También, a la par, se pudo ver como salían del anonimato sus represores, cómplices, encubridores y colaboradores, y sus lógicas de actuación y pensamiento. Y fue posible encontrar nuevos significados (más allá de la función jurídica) a la presencia en ese lugar de jueces, abogados, testigos, peritos, investigadores, integrantes de los organismos de Derechos Humanos, periodistas que cubrieron el juicio, estudiantes y concurrentes.



La sensación de poder contar/escuchar la Historia desde las propias palabras de quiénes fueron y somos parte de ella: un derecho que estamos recuperando, un túnel abierto, no hacia las entrañas de la tierra para rescatar a los mineros, sino hacia las entrañas de nuestro propio pasado, para rescatar lo que por tanto tiempo se mantuvo oculto y sacarlo a la luz.



Quizá por eso nos resuene con tanta fuerza la frase de Elsa Oesterheld: por una vez no nos sentimos del lado de la frustración, el miedo y la desesperanza, sino en un lugar nuevo.



Un lugar todavía en construcción, pero que intuimos mejor que lo de antes, a pesar de sus errores, contradicciones y cuentas pendientes. Así como los Derechos Humanos han tenido un desarrollo progresivo, que no hubiera sido posible sin un fuerte crecimiento de la conciencia en la sociedad civil, las luchas populares, la militancia de los Organismos, abogados, periodistas, movimientos sociales, artistas, y el acompañamiento de elaboraciones críticas, teóricas e intelectuales que avanzaron sobre lo conocido para desplegarse sobre lo que faltaba construir, este momento histórico de nuestro país reclama una participación análoga para que esas zonas de las políticas públicas todavía en definición se resuelvan a favor de la justicia social, la igualdad de oportunidades y una auténtica libertad.





Revista Carta Abierta La Plata Berisso Ensenada, octubre de 2010.
































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