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sábado, 6 de noviembre de 2010

NESTOR KIRCHNER 1950-2010


Tapa de Pagina12 del 28-10-2010

Día del Censo

Hoy 27 de octubre de 2010 Néstor se excluyó del censo, días antes se había autoexcluido de la provincia de Buenos Aires al cambiar su domicilio. Señales, anticipación, vaya a saber que designios imponderables en su espíritu apasionado, lleno de utopías y a veces “políticamente incorrecto”.-




Su voz sonora y ceceosa, su mirada divergente y curiosa, su pensamiento y palabras coherentes dirigidas y encaminadas sin vacilaciones ni retrocesos a donde toda una generación lo había soñado.-



Néstor restituyó de contenido a las palabras. Néstor produjo hechos en beneficio de la patria, y como decía aquel filósofo que “…los hombres son sus actos…” pudo detener la caída vertiginosa de todo un país luego del cataclismo del 2001, caída que había comenzado varias décadas atrás sin solución de continuidad.-



También supo sacar del ostracismo a la generación perdida en los 70 rescatando de la misma los mejores valores y proyectos, solidaridad, fraternidad, igualdad en libertad. Comenzaba a sacudir la modorra de la juventud de los 90 y generaba el impulso creador de la participación social.



Logró la recuperación de la centralidad del Estado, dando prestigio a instituciones depreciadas como el Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y la Justicia.



Néstor contribuyó a desbrozar la paja del trigo en una sociedad apática , demostrando que no hay misterios ni abstracciones que “Mercado”, “Opinión Pública”, “la gente” son hombres de carne y hueso, son intereses poderosos, son corporaciones y nos devolvió la confianza en que había caminos posibles para la igualdad en sociedades complejas y aun globales.-



Su fortaleza, su empeño en no reconocer vallas, permitió recuperar la confianza en que nuestro país aun podía resucitar de las cenizas a que nos habían reducido truhanes, facilitadores y mediadores. Pero también en ese ímpetu, en esa pasión se le fue la vida,



Por eso estoy hoy tan apesadumbrada,

Mónica Sanchez Distasio

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Si robaran el mapa del país de los sueños

Siempre queda el camino que te late por dentro

de una canción de Rosana
Lo que iluminó la muerte

En un primer momento la terrible noticia me atacó por todos los frentes: la pérdida del conductor político, la interrupción del proyecto cuando empezaba a querer consolidarse, la frustración, la pérdida del compañero de vida y de militancia para Cristina, la soledad de Cristina (insoportable imaginarla!). Y el más sensible, quizá porque me llevaba a un rincón oscuro: las Madres sufriendo otra vez. No había derecho. Nunca pienso en la muerte como una injusticia, pero esta vez lo pensé. Envuelta en una visión fatalista de la historia, escuché a Hebe, a Estela, a Tati Almeida y se me desgarró el corazón.

Pero luego ocurrió la plaza.

Frente a la virtualidad de la cultura mediática, de pronto un hecho que viene de la más pura y dura realidad nos saca de los goznes. Entrenada en la desarticulación de lo mediático y por instinto, enseguida empecé a chequear: ¿estoy actuando mi dolor? No ¿Está actuando la presidenta? No ¿Están actuando los ministros y las personas que la rodean? No ¿Están actuando las miles de personas que se acercan a la plaza? No ¿Están actuando los que pasan delante del féretro y le gritan ¡Fuerza Cristina!? No (aunque me atrevo a preguntar si hacia el final, cuando ya la escena estaba íntegramente mediatizada por la TV, no se percibió algo de esa cultura que transforma a las personas en “gente que piensa pensada y habla hablada por la televisión”).

El alivio es inmenso: la plaza es un hecho real. Un hecho real con una potencia arrolladora. Auténtico, genuino, espontáneo. La única forma de preservarlo así, con ese poder, es en la memoria de nuestras cabezas y nuestros corazones. Porque los medios ya han empezado a bastardearlo, es decir, a fagocitarlo y devolverlo masticado y digerido a su medida de show, de anécdota, de banalidad, de olvido. Primero, frente a la inapelable plaza, cambiaron el discurso sin ningún tipo de autocrítica o advertencia al espectador. Ahora Kirchner era el estadista, el conductor, el animal político, el hombre con principios e ideales que defendió hasta la muerte. Luego empieza la trivialización: los mozos que nos conmovieron, el maravilloso tenor, el fotógrafo que tomó esa foto única que da la vuelta al mundo (con intencionalidad Clarín y La Nación la pusieron en sus tapas para marcar la soledad de la Presidenta) dan entrevistas y cuentan por televisión detalles insignificantes, vacíos de todo valor, carentes de todo contenido político (cuánta azúcar le ponía Kirchner al café, con quien aprendió a cantar el tenor). El sábado, acá no ha ocurrido nada: de nuevo ese programa parásito de otro programa infame y “Pasión de sábado” con el casting de bailarinas.

Pero nosotros estuvimos ahí y sabemos lo que pasó. Frente a la liviandad, el peso específico propio de un hecho extraordinario: el pueblo en las calles despidiendo a Néstor y apoyando a la Presidenta. Frente al olvido y la tergiversación, la memoria y la reflexión, como siempre.

A veces las posiciones se iluminan retrospectivamente. ¿De qué lado estábamos cuando nos sorprendió la muerte de Kirchner? ¿De qué lado nos deja parados esta plaza colmada? Palabras, discursos, estrategias que se mantenían en un estado de “interpretabilidad” –por lo menos para algunos- de pronto se inundan de un sentido inapelable. La muerte y la plaza han iluminado todo: ¿en qué lugar quedó la posición de cierta centroizquierda e izquierda, la construcción de la figura de Kirchner realizada por los medios, el discurso deslegitimador compulsivo de la oposición? ¿Quién podría ahora, seriamente, decir que la visión política de Kirchner era falsa, incomprendida, antipopular, equivocada? Tendrán que dar un salto de calidad y sinceridad argumental si quieren ser escuchados de nuevo en el futuro, pero lo cierto es que ya nunca podrán desagraviar el significado histórico de su egoísta oposición porque quien era el destinatario de tan mezquinas estrategias ha muerto.

Pero además esta muerte y esta plaza iluminan los resquicios, los lugares a los que llegábamos sólo intuitivamente o con el deseo: sí, éramos muchos; sí, estaba la juventud; sí, había mucha gente agradecida; sí, Néstor y Cristina nos habían tocado una fibra muy íntima. Como dijo una periodista: cada uno tenía su máquina de coser. Una variedad de mecanismos lo habían hecho posible: la identificación con un tipo “parecido a nosotros”, el reconocimiento, la reparación, la dignificación como personas, como argentinos.

Y la muerte iluminó también lo que eran como pareja: un equipo. ¿Por qué costó tanto entender –y defender- esta forma de ser y actuar? Quizá acostumbrada al personalismo del poder, en una sociedad todavía machista, me costaba reivindicar, por miedo a caer en un defecto u otro, lo que tenía de creativo, de solidario, de colectivo, esta forma de ser pareja, de hacer política, de enfrentar el mundo. Compañeros de toda la vida, compañeros de militancia. Esta marca registrada de los Kirchner ilumina también la coherencia, la capacidad de superar diferencias, la habilidad para pararse frente a las circunstancias, de caminar juntos detrás de algo trascendente. Y también que el amor es posible, y no se alimenta de la resignación y la rutina. Entonces, no hay por qué esperar que ese pacto no siga luego de la muerte. Porque resulta imposible imaginar que no hay un acuerdo entre ellos sobre la dirección que deben tener los próximos pasos de Cristina (y aun de los ya dados desde el momento de la muerte!).

Porque Cristina ya está haciendo política. Ni hablar de su fortaleza, de su actitud, de cómo resolvió las cosas. Como todos los que hemos pasado “cierta edad” no me impresiono fácilmente. Pero Cristina me rindió.

Derribando el mito de la inseguridad, del “aluvión”, del aislamiento del poder, del muro, de que mucha gente reunida es peligrosa, de que los gobernantes son intocables, de que los espacios oficiales tienen acceso restringido, de que el protocolo manda, de que la expresión popular es risible o ridícula, de que el tiempo es tirano, ella no tuvo miedo. Se dejó tocar, acariciar, besar. Le cantaron, le hablaron, le gritaron. Le dijeron cosas a ella, a Néstor, a todos los que la rodeaban (¡cuidenla, compañeros!). Le entregaron recuerdos y regalos. Los aplaudieron. Hubo un vaso comunicante inmenso entre su dolor y el amor de la gente, pero un vaso comunicante abierto no por azar del destino, sino por su propio corazón y capacidad de decisión. Sin ningún tipo de mezquindades o restricciones (solo la más inteligente: nada de fotos, no virtualicemos). Su decisión política legitimó a los que fueron a expresarse. El gesto se repitió durante el cortejo: la presidenta se bajó del auto y le pidió a un policía que no forcejeara con una persona que se quería acercar. Cuántas veces pensé durante ese trayecto que la gente iba a volcar el auto o que el cajón iba a salir disparado. Pero no pasó nada malo. No iba a pasar nada malo.

Queridas Madres, querida Cristina, estos días demostraron que no estamos igual que en aquellos oscuros tiempos, que hay una conciencia popular que las acompaña y que con trabajo se puede transformar en capital político. Allí estaré para intentarlo desde esta inesperada militancia, redoblando el compromiso junto con mis compañeros.

Afectuosamente

Una compañera de Carta Abierta La Plata Berisso y Ensenada

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