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sábado, 13 de noviembre de 2010

LOS DOS DIAS QUE CONMOVIERON A LA ARGENTINA

Al revivir las escenas de la insoportable noticia que recibíamos el miércoles 27 de octubre a las 10 de la mañana, y luego de pasar el estupor de los primeros momentos, se vuelve necesario refugiarse en imágenes y pensamientos de nuestro propio bagaje intelectual y marco de referencia. Para encontrar algunas explicaciones, allí, en el terreno conocido y menos incierto, que lo inesperado del presente. Así es que pensaba una y otra vez en la relación entre lo público y lo privado, lo personal y lo político. Pero no para leerlo en el sentido político que tuvo ese lema, tan caro al feminismo de los ’70: lo personal es político, sino para re- pensarlo en Cristina. Por esas horas tan atravesada por la pérdida de su compañero de vida y de militancia.

Néstor y Cristina son líderes políticos, figuras públicas de primer orden nacional e internacional, esto hace que resulte difícil en esas circunstancias imaginar el transcurrir del duelo personal de Cristina, el de su vida privada. Una y otra vez pensaba en cómo haría ella para transitar su duelo personal y el político, que en este caso se cruzan de una manera casi indisoluble. Ella supo hacerlo. Se ocupó de cuidar y decidir hasta el último detalle. Nadie la vio las primeras 24 horas de la muerte de Néstor. Fueron para ella, para sus hijos, sus familiares y las personas de su círculo más íntimo. Nadie la vio en el momento en el que constataba que el corazón de su compañero de toda la vida le había jugado una mala pasada y lo abandonaba. Demasiado pronto, ese corazón dijo basta. Demasiado pronto para él, para nosotras y nosotros y sobre todo para ella.

Luego de ese momento personal, privado, vino la ceremonia que se inauguró en la Casa de Gobierno, en el salón de los patriotas latinoamericanos. Allí también con cuidado de todos los detalles se iniciaron las exequias públicas, las que corresponden a alguien que decidió desde muy joven que su vida personal fuera una vida política. Fue el encuentro con sus compañeras y compañeros de militancia, de gestión y de todo el pueblo que quiso acercarse para despedirlo. Se despidió –justo allí- en esa casa a la que dijo llegar con fuertes convicciones y que no dejaría en la puerta, donde dijo que era hijo de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo.

Ella estuvo casi todo el tiempo allí, junto a sus hijos, a Alicia, a los Presidentes Latinoamericanos, sobre todo, junto al pueblo que se acercó a abrazarla. Acariciaba el cajón, acomodaba amorosamente la bandera, las notas que le entregaban, las estampitas, los rosarios, las ofrendas más diversas. Se abrazó muchísimas veces con la gente, en largos saludos, en besos, en palabras de alivio al dolor de aquellos que vinieron a acompañarla y a consolarla.

La muerte no es solo pérdida; también supone restitución. El distanciamiento de la mirada cotidiana, ese extrañamiento que siempre produce la muerte nos permitió ver también otra dimensión del amor. El público y el privado. El amor por la política como una herramienta de transformación, el amor por las Madres, por las Abuelas, el compromiso con los primeros compañeros de la militancia, el amor por la verdad y la justicia. Pero también y en una dimensión casi indisoluble, el amor entre ellos dos. Las miradas, las sonrisas cómplices, el consentimiento de ella tan elegante, impecable y bella con el desaliño campechano de él. Esa dimensión de la complicidad y del amor de los dos, tapada y oscurecida por la agenda de todos los días, se ha convertido en un regalo póstumo que perdurará en nuestra memoria.

Se lloró mucho, muchísimo, pero fue un duelo distinto. Fue una ceremonia irreverente, inconveniente para el protocolo. Ese duelo fue un acto político de reafirmación militante, de reconocimiento del enorme vacío que dejaba su partida y de intensidad por la continuidad de un proyecto. Fue muy diferente de cómo se lloró a Evita o a Perón Aunque no faltaron algunos de los escribas del poder que quisieron compararla con la muerte de Perón, no para engrandecer a Néstor como un nuevo líder popular, sino para emparentar a Cristina con Isabel. El vuelo de esa imagen fue tan corto como el de los mezquinos intereses que representa. Tal vez si de comparaciones se trata, podríamos pensar en la muerte de Evita. Otra vez el espiral de la historia nos devuelve en otro tiempo, en otra dimensión, con otro marco social, económico y político, una pareja peronista: Perón sin Evita, Cristina sin Kirchner. Cuantos de los ataques a la Presidenta se parecen al “viva el cáncer” de los gorilas de ayer. Odio de clase y de género sobre los líderes del pueblo argentino. Como dice el canto popular: no nos han vencido. Otra vez logró renacer un proyecto nacional, popular y Latinoamericano; con mucho del peronismo histórico, pero también con mucho de los ideales de los sesenta y los setenta. Ahora sabemos que son cientos miles los que piensan así y están dispuestos a movilizarse y participar para afirmarlo.

En estos tiempos también se hacen presentes los cuervos. El cardenal Bergoglio, sin que nadie se lo pidiera y a pocas horas del deceso de Kirchner, armó una ceremonia oportunista en memoria del ex – presidente, de la que sólo participaron dirigentes de la oposición. Una vez más demostró nulo respeto por el deseo y las convicciones de los protagonistas del duelo.

Al final de ese interminable día llegaron al cementerio de Río Gallegos. Allí se hizo la única ceremonia religiosa organizada por Cristina. Esa ceremonia fue privada. Esa despedida fue privada, fue personal, aunque atravesada por lo político, no fue pública ni transmitida. Una vez más, esa mujer, nos dio una demostración de convicción política democrática y calidad institucional. El estado despidió a su ex - presidente y mayor autoridad de la UNASUR en una ceremonia civil, con las imágenes del Che, Bolívar, Perón, San Martín y los patriotas latinoamericanos. Ella puso las cosas en su lugar, las ceremonias religiosas son privadas, no son temas de Estado, de política pública. Así fue esa ceremonia, oficiada por tres sacerdotes cercanos a la familia.

Esta vez la fatalidad, seguramente la más difícil de toda su vida, coloca a esta mujer en el centro. Nuestra Presidenta, en el acto político de las exequias de su compañero, creció en gestos que la re - significaron a los ojos de millones de personas del país y del mundo. Dio muestras de la capacidad inmensa para los desafíos que se avecinan: la continuidad y profundización del proyecto, el liderazgo partidario, del movimiento y las elecciones del 2011, ahora ya más cercanas. Qué más decir de estos dos días que estremecieron la Argentina: gracias Néstor, gracias Cristina.

Estela Diaz

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